Según el medio en que se viaje, la histórica ciudad de
Moquegua, puede estar a 3.5 horas de la no menos histórica ciudad de Puno, o
puede estar a 3 días de viaje, en dos bicicletas que juntas no alcanzan los 400
soles y de cuya solidez, dudé en todo momento. La historia es tan actual que
merece ser contada para conocimiento de los mas jóvenes que tienen pereza de
caminar mas de dos cuadras. O para los más grandes, que andan quejándose de
achaques que existen más en la mente, que en el cuerpo.
LOS ACTORES
Entre los cuatro aventureros convocados para realizar
la travesía en bicicleta desde Puno, hasta la ciudad de Moquegua (distancia 260
kilómetros), solo vamos nombrar a dos: José Antonio Mandujano Gallegos, un
ciudadano universal de 57 años de edad y 93 kilogramos de peso, soñador, amigo
de los animales, de las plantas y de los demás seres. Por otro lado Gabriel
Omar Mandujano Rubira, un pequeño gigante de 15 años de edad, de 1.75 metros de
estatura, con peso aproximado de 57 kilogramos. Además con una voluntad que
muchos jóvenes desearían tener.
LA PARTIDA
La fecha para la travesía fue cambiando por las
inclemencias del clima, como nunca las lluvias se habían prolongado hasta el
mes de abril. Así, fue como la partida se fue prolongando en forma indefinida,
hasta el día sábado 5 de mayo del año 2012, en que dos soñadores parten a las
7.00 am, día despejado, fuimos despedidos por RaqueL, mamá de Gabriel, la única
persona que no dudo nunca de nuestros deseos. Al resto de la familia no se les
comunico casi nada, porque se hubiese preocupado mucho.
EL VIAJE
Casi sin ningún apuro; pero con una decisión a prueba
de dudas, nos encaminamos por la ruta 5 de la carretera interoceánica. Fuimos
devorando kilómetros y paisajes propios de la Cordillera Volcánica, que ha
dejado mesetas como las de Cutimbo, en cuya cima nuestros antepasados han
dejado monumentos funerarios, conocidos como las Chullpas de Cutimbo. Mas allá
en el kilometro 27 tropezamos con una formación de tufos volcánicos, conocidos
como sillar. Este material es excelente para la construcción; pero no es
aprovechado adecuadamente. A 30 kilómetros encontramos una edificación que se
encuentra sin uso, un elefante blanco como muchos existentes en nuestro vasto
altiplano. El primer pueblo que nos toco pisar fue Laraqueri, un pueblo
pujante, en cuya plaza uno de mis hermanos dejara una huella imborrable, es el
monumento al Qarabotas, al mítico jinete alto andino, este se encuentra en la
plaza principal del distrito. Luego de saciar nuestra sed, nos dirigimos a otro
lugar importante de la ruta y es Loripongo (Km.57) lugar donde la naturaleza ha
dispuesto la emanación de aguas medicinales y calientes. Hace 13 años tuve la
oportunidad de trabajar en el proyecto Transoceánica de la región, y desde ese
tiempo hasta ahora, en Loripongo no ha habido cambio alguno, nadie ha
construido alguna poza, nadie ha realizado ninguna mejora, es como si el tiempo
se hubiese detenido. Sin embargo era visitado por gente que conoce las
propiedades medicinales de las aguas del balneario. Luego de apreciar un plato
de trucha, había que proseguir rumbo a Huacochullo, una cuesta de 5 horas nos
esperaba y una gente poco amistosa o muy desconfiada. Después de recorrer 25
kilómetros desde Loripongo y hasta ese momento 78 kilómetros arribamos a
Huacochullo a las 8.00 pm aproximadamente; en este lugar deberíamos descansar;
pero no sabíamos donde. Gracias al verbo pudimos convencer a un lugareño, de
nombre Modesto. Nuestras osamentas y el resto, descansaron sobre unos cueros de
alpaca, en el local artesanal de algún club de madres o alguna otra
organización análoga. Aquí haremos un alto para describir algo de nuestra
realidad, Huacochullo se encuentra a 78 kilómetros de Puno; pero a 500
kilómetros de la realidad, nuestros gobernantes locales desconocen la realidad
de estos pueblos; sin energía eléctrica, colegios poco atendidos; postas de
salud desatendidas. La ganadería alpacuna a merced del frio y de las
enfermedades. Hacen que estos pobladores miren a Moquegua, nuestro vecino
millonario gracias al canon minero; muchos de ellos quieren pertenecer a la
tierra de las paltas. Vamos a pedir a nuestras autoridades regionales, atención
para estos pueblos, o los vecinos se encargaran de hacerlo.
Luego de un reparador y constructivo sueño de más de
ocho horas, proseguimos nuestro viaje rumbo a la gloria o rumbo al fracaso. No
teníamos certeza de lo que nos deparaba el destino, según los cálculos nuestra
próxima parada debió ser Titire, esto realmente ocurrió cuando a las 10 am del
día 6 de mayo, avistamos la pequeña localidad, según todos perteneciente a
Puno; pero perteneciente a Moquegua. En Titire (kilometro 103) nos correspondió
recuperar las energías con unos edificantes chicharrones de alpaca, en el único
restaurante del lugar, allá como en otros sitios la pregunta era constante.
¿Por qué iban en bicicleta? Si había carros para viajar. No había muchos deseos
de discutir con la gente, lo que había eran deseos de llegar a Moquegua. Y el
viaje proseguía lento pero constante hasta arribar a Puente Bello, un lugar
sacado de los cuentos de hadas, donde la naturaleza ha esculpido formas
caprichosas, grutas maravillosas y pareciera decirnos que allá hay vida a
través de emanaciones de agua caliente y gases sulfurosos, de fuerte olor. Todo
un espectáculo que pago el esfuerzo con intereses altos.
Después de visitar los geiseres de Puente Bello, nos
correspondió padecer de una dura etapa en la travesía, deberíamos pasar por el
abra Ojelaca, este accidente geográfico no llegaba nunca hasta que en un recodo
del terreno se leía, abra Ojelaca 4592 msnm. Esto fue un hecho importante,
porque después de esto venía una gran pendiente, que permitió avanzar unos 10
kilómetros llenándonos de entusiasmo. En este punto el agua anduvo escaseando
así que a pasar el sombrero, el requerimiento surtió efecto cuando un compasivo
volquetero nos acudió con una boletta de agua San Luis y dos panes grandes;
nuestro agradecimiento al joven conductor que se apiado de dos singulares
viajeros. La travesía se tornó penosa debido a un viento contrario de unos 20
kilómetros por hora, este hacia dura la tarea de pedalear, las distancias se
hacían largas inacabables, casi infinitas. A pesar de todos esos inconvenientes
nunca paso por la mente de los viajeros, abandonar la empresa; solo había que
tomar algunas decisiones. Según nuestra bitácora, debíamos tocar Humalso o
Humajalso; pero este campamento no aparecía ni en los sueños. De pronto la
salvación estuvo de nuestro lado, como un espejismo apareció detrás de una
curva la escuela de Chilota, una edificación moderna, donde se nos apareció la
virgen enviándonos a un joven motociclista, que se alojaba en la escuela, luego
de las presentaciones de ley, el trabajador del Proyecto Alpaca de Moquegua
resolvía alojarnos por esa noche. Esto salvo el pellejo de los viajeros que eran
amenazados por el frio y por el cansancio.
El nombre de nuestro salvador es Pablo Nina Mamani un
joven técnico agropecuario, que se digno alojarnos en su posada en su
habitación de la escuela IEP N° 43166 de Chilota compresión del Dpto. de
Moquegua. Durante la noche se encargo de ilustrarnos acerca de la realidad de
esos paramos, donde la crianza de la alpaca es casi la única actividad
económica del lugar. Otra de las realidades de esos parajes es la escasa
población existente, aquí parece que las practicas de control de la natalidad,
hubiesen tenido mucho éxito. Luego de agradecer por la atención recibida había
que proseguir el viaje, que seguía siendo incierto, el siguiente punto debía
ser Humajalso; pero no sabíamos cuanto tiempo deberíamos pedalear para llegar a
ese destino. Las cuestas se hacían interminables; pero para gratificar venían
unas bajadas asombrosas, donde nuestras escuálidas bicicletas desarrollan según
se puede calcular, unos 40 km por hora. El sol jugaba su partido se tornaba
inclemente; pero se compensaba esta “agresión” con paisajes que para
describirlos, nuestro español queda corto. Nieves eternas, manadas de alpacas,
bofedales o humedales que hacían posible la vida a esas alturas, que se
encontraban encima de los 4500 msnm. Todo un espectáculo, que nos recordaban
nuestra pequeñez, nuestro carácter efímero, nuestra presencia poco importante
frente a la grandeza de la naturaleza. Después de 5 horas de travesía avistamos
un campamento a lo lejos, ese era el campamento de Humajalso, cruzamos hacia
él, pasando por un arenal estéril e inacabable, en uno de estos tramos pudimos
observar las huellas de un ñandú, nada más, el animalito pasaría hace un día,
hace una semana; eso no se sabe. Lo que si se puede afirmar es que existe
alguno de ellos circulando por la inmensidad del arenal, cuando estos seres
desaparezcan, sabremos que el fin de la raza humana esta cerca y hay que ver el
entusiasmo con que aniquilamos la naturaleza. En Humajalso pudimos saciar
nuestra sed industrial, de comer no había nada eso hubiese sido mucho pedir, en
nuestro caso, la sed era una de las amenazas mas temibles, la otra era que el
viaje seguía siendo incierto. La gente no daba razón de las distancias, ni del
tiempo que tardaríamos en llegar al desvío de Carumas, eso era preocupante, sin
duda.
Para volver a la pista tuvimos que trepar una cuesta
que de solo verla daba fatiga, la subida fue tortuosa, se puede decir que fue
el obstáculo mayor. Dos horas fue el tiempo que demoramos en trepar la cuesta y
casi toda la energía disponible para ese efecto. Después sobre la pista, la
cuesta se prolongaba indefinida e interminable, algunas bajadas premiaban en
esfuerzo y avanzábamos con el mismo entusiasmo que al principio. En ningún
momento se hablo de regresar, tampoco nadie se arrepintió jamás de haber
partido, con rumbo a lo desconocido. Ninguna queja, ninguna maldición, nadie
recrimino a nadie. No hubieron crisis de ninguna especie; solo pensaba que
nuestros ingenieros y topógrafos en vez de ir por la quebrada, habían buscado las
cumbres, no se si para hacer mas fácil el descenso. O para hacer el asunto mas
difícil o será que no estuvimos en el pellejo de nuestros esforzados
ingenieros. El esfuerzo de mas de cuatro horas de inagotables cuestas e
incontables curvas; a las 3:00 pm del día 7 de mayo, tuvo un premio y es que
avistamos el paraje de Chilligua, que es a su vez el desvió a Carumas y la
puerta de entrada al valle de Torara. Luego de comer unos deliciosos y
reparadores chicharrones nuevamente, nos esperaban 80 kilómetros de pendientes
y curvas, hasta Moquegua. Nuestros pesados cargamentos y nuestros pesados
cuerpos, se deslizaban a 40 km por hora, aunque dicen los historiadores que
llegamos a 50 km por hora. En un abrir y cerrar de ojos se mostraba el cerro
Baúl, todo un símbolo de nuestra travesía. El valle de Torata no se hacía
esperar, tampoco la ubérrima y acogedora villa de Moquegua, que a las 6:30 Pm
casi en plena obscuridad, se abría nuestros ojos, como diciéndonos que habíamos
cumplido con un sueño, esperándonos con el ruido propio de la ciudad, que
sonaba a esperanza, a triunfo, a gloria.
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